Mamá Me Dejaste Cicatrices En Vida Y Con Tu Muerte

hija

Todos los días te pienso.

A veces te lloro, a veces me enojo al pensar lo rápido que te fuiste, y a veces también me río de todo lo que aprendí e hice contigo. Pero la tristeza esta ahí, esa tristeza que en verdad añoro que algún día se convierta en fuerza. Ya se que nunca te voy a olvidar — aunque a veces me de miedo que lo haga — pero pareciera que este dolor que siento y esta tristeza me van a acompañar a lo largo de mi vida.

Lo más fácil sería dejarlo todo ¿no? Tirar la toalla y hundirme en la tristeza, en el saber que nunca más vas a estar ahí.

Y ¿como no hundirme al pensar que ya no voy a agarrarte de la mano y sentirme segura, o acurrucarme a un lado de tu cama después de ver una película de terror, o juntarnos a hacer pasteles? Eso que era solo tuyo y mío.

Y ¿como poder sobrevivir al hecho de que no tengo mamá, y jamás la voy a tener? ¿Como se supone que sobreviva al saber que no vas a estar nunca más y pensar que nunca voy a estar segura de las decisiones que tomo porque no me vas a guiar? ¿Acaso se supone que salga viva de esto? ¿Qué sobreviva y aprenda a volver a vivir?

Y suena raro pero por mas triste que me ponga, siempre en el fondo está esa vocecita que me asegura que todo va a salir bien.

La misma que escuchaba cuando te diagnosticaron, y la misma que escuche cuando nos despedimos en el hospital. Esa voz a la que le tengo tanto odio porque, evidentemente, no está todo bien. Pero por algún motivo pareciera que es mi inconsciente no queriendo dejar que me hunda, al menos no al fondo.

Esa que me permite sentir, llorar y enojarme, pero que al mismo tiempo me motiva a sanar y a aprender poco a poco a quererme y a querer a la vida.

Tal vez mi herida jamás va a desaparecer, y no pretendo que lo haga. Pero tal vez esa misma me va a ayudar a levantarme siempre. Porque mis sueños siguen ahí. Esos que tenía mucho antes de la tristeza.

Ese anhelo de viajar y recorrer el mundo, de conocer olores nuevos, comidas diferentes y personas con ideas nuevas. También ahí están mis ganas de escribir siempre, para mí, para todos y a veces para nadie. O mis ganas de bailar hasta que se me acabe el piso, o mis piernas. Las ganas de reír, de caminar, de leer, de hablar, de cantar y sobre todo de amar. Amar lo bueno y lo malo.

Así me enseñaste mamá, a disfrutar las cosas grandes pero sobre todo las pequeñitas que complementan, o más bien, forman tu vida. Aprender a ser inteligente, una mujer fuerte y con una opinión clara. Eso sí, siempre ser educada y tenerle empatía hasta al mas arrogante. Mamá me enseñaste a llorar, a hablar y a luchar.

Esa es la cicatriz que no quiero que se borre nunca.

 

 

Katia Dieguez
Katia Dieguez
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